martes, 16 de diciembre de 2008

Vidas al límite

Mi nombre es Jaminton Ramírez, soy bioquímico, egresado de la Universidad de Chile.

Desde los 14 años participé activamente en el ámbito religioso. Aprendí principios que formaron mi pensamiento y manera de actuar. Disfrutaba bastante estando en allí: tener amigos, salir y hacer las cosas que en ese ambiente se compartían. Tenía una participación activa. Nunca me cuestioné si Dios existía o no. Entendía claramente con mi intelecto quien era Dios, y eso me dejaba muy satisfecho , pues según mis paradigmas, Dios se revelaba hacia quien más estudiaba, ya sea la Biblia o literatura relacionada con ella, por tanto me esforzaba por entender a éste Dios que se revelaba al raciocinio. Para mí Dios existía y eso era dogmático en mi vida… Yo sabía que él estaba en el cielo y nosotros acá en la tierra.

Ingresé a estudiar una carrera del ámbito científico, en un ambiente en que se disfrutaba el saber y el profundizar las cosas, entre aquellas, la existencia de Dios. Con mis compañeros discutíamos acerca de esos temas y solía argumentar desde el punto de vista intelectual las cosas religiosas, según yo, con cierto éxito. Así pasé mi vida universitaria, compatibilizando mi tiempo entre la iglesia y la universidad, cimentando aún más mi forma de pensar con argumentos y dogmas.
Sin embargo, en determinados momentos de mi vida, veía que los razonamientos religiosos no me alcanzaban para superar los obstáculos que a diario tenía. Si bien no era un mal alumno y gozaba de cierto prestigio ante mis compañeros y asimismo en la iglesia, me estresaba y decaía con facilidad frente a determinados episodios familiares o universitarios, lo que no me permitía disfrutar con plenitud esa época de mi vida.

Comenzaba así el 2003 como el último año de mi carrera. Era un año casi perfecto: Iba a egresar sin ramos reprobados, iba a ocupar un cargo en el centro de alumnos de mi carrera y me habían elegido cómo el director de una agrupación religiosa. Grandes desafíos para un joven de 22 años. Todo iba bien, hasta que en Abril de ese año se desató una crisis familiar: mi hermana mayor tenía un cáncer a punto de ramificarse. Mi familia se conmocionó y yo como era el soporte espiritual de mi familia, debía tener fortaleza para ellos, la misma que debía tener para enfrentar los desafío de terminar mi carrera y participar del CCAA, sin mencionar otros problemas personales que debía solucionar.

No fue raro entonces que a fin de año terminara con una crisis de estrés casi incontrolable, a tal punto que no logré dormir normalmente por casi dos meses completos. Terminé a duras penas la Universidad ese año y dejé todos los cargos asumidos, tanto así que por recomendación médica tuve que tomar un semestre sabático para poder recobrar mi salud y poder retomar mi carrera.

Si bien gracias a la terapia psiquiátrica y psicológica pude recuperarme de las crisis de ansiedad, crisis de angustia , insomnio y retomar mi ritmo normal de vida ,nunca pude superar la falta de paz interior y la sensación de no tener un rumbo fijo por donde ir. Fue en esos momentos cuando experimenté la sensación de un vacío completo: “si Dios existía ¿Dónde está ahora? ¿Está preocupado de mí?” me preguntaba. Durante dos años estuve con esas interrogantes. De vez en cuando asistía a mi agrupación religiosa, pero en vez de salir con las interrogantes contestadas, salía peor. Sentía que era el momento de hacer cambios, lo curioso es que no tenía idea de cuales eran los cambios que tenía que hacer.

Un día, una amiga que trabajaba conmigo en el laboratorio me invitó a unas reuniones de universitarios cristianos en su distrito. La verdad es que no me interesó mucho su invitación, tanto que por dos meses estuve dilatando la cita. Al final, acepté. Cuando empecé asistir, causaron colapso en mi pensamiento el hecho de que trataran a Dios como a un papá: “¿Dios Papá? ¿De donde sacaron eso? …Dios está en el cielo” pensaba. Cuando me invitaron a un discipulado para profundizar más estas cosas, me hablaron de que Dios estaba preocupado de mí. Me dijeron “Jesús vino para darte vida abundante” “Hay un propósito para tu vida”, “Dios es tu papá”, “A Dios se le entiende con el espíritu, no con la cabeza”.

Fue un knockout directo a mi religiosidad: mis esquemas mentales quedaron por el suelo, descolocado por lo que estaba aprendiendo. Mediante el Espíritu Santo, Dios se encargó personalmente de explicarme quien era El y que esperaba de mí, de cuanto me amaba y de los planes que tenía con mi vida. Sin pensarlo, recibí a Jesucristo como Señor y Salvador. Me sentía un verdadero hambriento de las cosas espirituales.

Han pasado dos años desde que tomé la decisión de seguir a Jesucristo y he visto con mis propios ojos lo que significa la vida en abundancia: Pude superar mis temores al futuro, mis conflictos personales y sanar mi relación con mi familia, terminar mi carrera con distinción y acceder a un trabajo de importancia. Ahora, con una certeza primero en el espíritu y luego en el intelecto, sé que Dios siempre tiene lo mejor para sus hijos y no descansará sino hasta que termine el plan que comenzó en mi vida.

¿Cuál será el plan para ti?



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